El cuaderno de un soldado: la guerra según Carlos Morganti
02/04/2025
En medio de la madrugada del 2 de abril de 1982, mientras los argentinos se despertaban con la noticia del izamiento de la bandera nacional en las Islas Malvinas, un grupo reducido de soldados argentinos ya estaba en suelo isleño.

Entre ellos se encontraba Carlos Marcelo Morganti, un conscripto de 18 años que, con solo 40 días de instrucción militar, formaba parte del Batallón de Comunicaciones de Comando 181.
Un inicio inesperado
Morganti trabajaba como dibujante en una agencia publicitaria en Bahía Blanca cuando fue convocado al servicio militar.
Su tarea inicial dentro del batallón era más bien administrativa, alejada del entrenamiento militar riguroso.
Nunca integró formalmente las compañías A o B que se encargaban de las tareas operativas de comunicaciones.
Sin embargo, una orden emitida el 26 de marzo cambiaría su rumbo: debía retirar equipo de combate para participar, supuestamente, en maniobras en Pigué.
Desde las 3 de la madrugada estuvo en vigilia para no quedarse dormido. Ya a las 6 de la mañana, sin novedades, sospechó que algo no estaba bien.
Fue entonces cuando un camión militar lo recogió y, en lugar de llevarlo a Pigué, lo trasladó a la Base Naval de Puerto Belgrano, donde se encontró frente al rompehielos ARA Almirante Irízar. Desde allí, sin información precisa, zarpó junto a otros soldados el 28 de marzo rumbo a las islas.
Rumbo a la guerra
Durante la travesía, una feroz tormenta azotó a la flota. Morganti, sin experiencia previa en el mar, sufrió náuseas y mareos. Recién en alta mar, un mensaje del almirante Carlos Büsser les reveló la misión: recuperar las Islas Malvinas.
El 2 de abril, el Irízar llegó a Puerto Argentino. Morganti fue trasladado en helicóptero Sea King y, tambaleante por el mareo, pisó por primera vez las islas.
El batallón se instaló en el cuartel británico de Moody Brook, donde se montó el centro de comunicaciones que permitió enlazar con el continente, en primer lugar con el Centro de Comunicaciones Fijo Comodoro Rivadavia.
Días de combate y un hallazgo insólito
A medida que llegaban nuevas tropas, se conformó la Agrupación de Comunicaciones Malvinas, integrada por los batallones 181, 10 y 9.
Mientras tanto, los soldados argentinos encontraban elementos curiosos en el cuartel británico: revistas pornográficas, juguetes sexuales y fotografías insólitas de los Royal Marines.
El hallazgo provocó la intervención del coronel Mohamed Alí Seineldín, que acudió con un capellán para "purificar" el lugar.
El valor de un cuaderno
Al poco tiempo, Morganti fue trasladado a Puerto Argentino para registrar las órdenes en el libro de guerra.
Paralelamente, comenzó a copiar cada mensaje en un cuaderno escolar de tapa dura, donde también volcó pensamientos, poesías y dibujos. Ese cuaderno se convirtió en su diario personal de la guerra.
Mientras tanto, su madre, Alicia Bartoli, descubrió por la radio que su hijo estaba en Malvinas. La noticia la conmovió profundamente, al igual que a su hermana Mabel, quien la acompañó en esos días de incertidumbre.
El bautismo de fuego y la resignación
El 1 de mayo comenzaron los bombardeos británicos. Morganti fue testigo de la acción de los Sea Harrier, misiles y explosiones.
Junto a sus compañeros, se refugiaba en pozos de zorro, mientras anotaba todo lo que vivía. En una de las últimas páginas del cuaderno, escribió un mensaje por si no sobrevivía, dedicado a su familia.
Testigo del final
Dos días antes de la rendición, Morganti fue testigo de una comunicación histórica entre el general Mario Benjamín Menéndez y el presidente Leopoldo Fortunato Galtieri, en la que el gobernador de las islas anunciaba la inminente derrota.
Prisionero de guerra
Tras el cese del fuego, Morganti fue trasladado al transatlántico Nordland con la etiqueta 1075 pegada a su campera, su número de prisionero.
Logró conservar el cuaderno y también un perfume Paco Rabanne, aunque este último fue requisado por un soldado británico.
Un legado imborrable
Hoy, con 62 años, cuatro hijos y dos nietas, Morganti vive en Bahía Blanca. En 2012, publicó con recursos propios sus memorias en el libro Póker de amigos y trabaja por mantener viva la causa Malvinas.
El cuaderno, ese objeto que llevó oculto entre sus ropas, sigue intacto. Es su testimonio vivo de una guerra que marcó su juventud y la historia del país.
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